Ceferino Araujo Sánchez – PALMAROLI Y SU TIEMPO

Vicente Palmaroli nació en Zarzalejo en 1834, aprendiendo el arte de la pintura con su padre, el litógrafo italiano Gaetano Palmaroli, que trabajaba en Madrid a las órdenes de José de Madrazo. Tras la subida al poder de Espartero, la familia se instaló de nuevo en la ciudad italiana de Fermo, donde había nacido Gaetano, y en esa ciudad dio sus primeros pasos el pequeño Vicente como dibujante. Con los disturbios causados por la unificación italiana de 1848, la familia regresó a Madrid donde Palmaroli continuó su formación en la Academia de Bellas Artes, como alumno de Genaro Pérez Villaamil y de los hermanos Madrazo. Tras la muerte de su padre en 1853, obtuvo un puesto de litógrafo en el Real Museo. Tres años después, trabajó en el Escorial ilustrando la obra original de Rotondo “Historia del Monasterio de San Lorenzo”, encargo que le ocupó todo un año. Solicitó entonces la excedencia como litógrafo de cámara, que le fue concedida por Real Orden, para poder estudiar en Roma con una pensión de 12.000 reales al año. El 11 de agosto de 1857, emprendió viaje en compañía de Luis Alvarez Catalá y Eduardo Rosales, y a mediados de octubre los tres se instalaron en un estudio de la Via della Purificazione. Pronto comenzarían a asistir las tertulias del café El Greco y a ser conocidos con el apodo de “La Trinidad”. En 1859, Palmaroli viajó a Florencia y al sur de Italia, viajes que le sirvieron para tomar apuntes y bocetos de jóvenes vestidas con trajes típicos, impregnándose de las tendencias artísticas imperantes, que encabezaba Domenico Morelli.

En 1862, Palmaroli regresó a Madrid y mostró su obra en la Exposición Nacional de ese año, obteniendo una segunda medalla por su obra Santiago, Santa Isabel, San Francisco y San Pio V, patronos de España (llamada también La Intercesión). Su Pascuccia, una campesina de las inmediaciones de Nápoles, fue galardonada con la primera medalla. Permaneció en Madrid pintando retratos de la alta sociedad. En 1866 presentó a la Exposición Nacional su gran obra Sermón en la Capilla Sixtina, un magnífico interior con una gran preocupación por la luz, que le valió la medalla de primera clase y otra medalla, de segunda clase, en la Exposición Universal de París del año siguiente. En esta época, el pintor se mostró profundamente ecléctico y abordó todos los géneros: historia, costumbres, goyescas, interiores, asuntos religiosos, temas de época y retratos. En 1872 tomó posesión de su plaza como Académico de San Fernando y empezó a impartir clases en la recién creada Escuela de Artes y Oficios Artísticos.
Tras la proclamación de la Primera República, en 1873 y la abdicación de Amadeo de Saboya, Palmaroli vio reducido su número de clientes y se instaló en París, donde algunos de sus amigos, (Martín Rico y Raimundo de Madrazo) habían encontrado magníficos marchantes como Goupil, Walis y Knoedler, que se mostraban ansiosos por adquirir sus cuadros, pintados en el estudio de la Rue la Rochefoucauld.
Ese estudio parisino se convirtió en el centro de reunión de un numeroso grupo de miembros de la política, la literatura y el arte. En esta época, el artista pintó muchos cuadros de género como El Concierto (Madrid, Casón del Buen Retiro), que tuvieron enorme éxito y le llenaron de encargos. En 1883 regresó a Roma para hacerse cargo de la Academia Española. Allí organizó las exposiciones de los pensionados, que posteriormente mostraban su obra en las Exposiciones Internacionales, con tal éxito que fueron fundamentales para su nombramiento como Presidente de la Asociación Artística e Internacional, donde sustituyó a José Villegas. En 1893 regresó a Madrid y fue nombrado director del Museo del Prado. Falleció en esta ciudad en 1896.

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Araujo rindió sentido homenaje al maestro Palmaroli a través de tres extensos artículos publicados en La España Moderna (números 105-106-107 de 1897), que en su conjunto, conforman uno de los pocos trabajos monográficos dedicados a este artista.

«En Palmaroli —apunta Ana María Preckler en su Historia del arte Universal— se encuentra el dualismo, frecuente en los artistas de la segunda mitad del siglo XIX, de ser realistas en el estilo y al mismo tiempo estar imbuidos de sentimiento romántico».