Luis Coloma – RETRATOS DE ANTAÑO

Tras la publicación de Pequeñeces, el derivo de Coloma hacia la biografía novelada se hizo patente.
Los Retratos de antaño fueron publicados bajo el mecenazgo de la Duquesa de Villahermosa en 1895. Doña María del Carmen Aragón Azlor e Idiáquez, XV Duquesa de Villahermosa (Madrid, 1841- El Pardo 1905) desarrolló a lo largo de su vida una destacada actividad en el ámbito del mecenazgo cultural favoreciendo la producción literaria de conocidos autores como José Zorrilla o el propio Luis Coloma, promoviendo la edición de obras antiguas así como de numerosos estudios de carácter histórico. Sus ideales como protectora de las artes y las letras, la llevaron a fundar junto a su marido, el Conde de Guaqui, el patronato Villahermosa-Guaqui dirigido al fomento de la actividad cultural e investigadora.
Su sensibilidad hacia la cultura también alcanzó al mundo de los museos y trascendió su propia vida. Tras su fallecimiento, y por expreso deseo contemplado en una de las cláusulas de su testamento, pasaron a formar parte del Museo del Prado y del Museo Arqueológico Nacional importantes obras procedentes de las destacadas colecciones formadas sus antepasados.

Los Retratos de antaño, aunque muy trabajados, adolecen de la pesadez epistolar inserta en el relato, el cual, no obstante, pinta con amenidad personas y grupos cortesanos del s. XVIII.

Temía Valera, oculto detrás del albornoz encapuchado de Currita, que los superiores jerárquicos de nuestro novelista perderían el tino hasta prohibirle seguir escribiendo novelas, siendo así que podía, según él, escribirlas buenas sin los inconvenientes de Pequeñeces y sin mover aquellos alborotos, logrando «elevar las almas a las regiones serenas de lo ideal por virtud de una representación artística del mundo, conforme siempre con la verdad, aunque menos triste y más bella». Pues bien, con perdón del famoso crítico, nuestro gran artista halló medio de componer varios libros anovelados de interés y atractivo verdaderamente literario y artístico, sin salir de la Historia misma, a que rendía sagrado culto, y sin dejar de añadir a la desnuda realidad histórica, con su potente fantasía, toda la idealidad de un mundo entero soñado y entrevisto, y toda la elevación de las puras e inefables ideas y sentimientos de un alma religiosa. Continuó, pues, siendo excelso novelista dentro del género histórico, tal como pudieran soñarle y desearle los aspirantes a obtener nuevas hermanas de Pequeñeces con todas sus dulzuras y sin pizca de sus amargores.
La pluma del religioso aparece, en efecto, y prevalece sobre la del costumbrista mundano, en una obra ya de tanto empeño como los Retratos de antaño, una hijuela de la cual, con el epígrafe de El Marqués de Mora, apareció más tarde, para acabar por refundirse ahora en la narración que complementa.
Agótanse allí las noticias halladas en los archivos de Villahermosa, Solferino y Fuentes. Hácese un minucioso estudio de aquellos anales familiares para retratar antes que a nadie a la heredera legítima de la ya conocida en la historia con el dictado de Santa Duquesa.
A vueltas de esta magistral figura, aparecen, también magistralmente retratadas, las costumbres aristocráticas del siglo XVIII en España, en Francia, en Italia, en las cortes de Carlos III, Luis XV y Víctor Manuel de Cerdeña.
Nadie dirá que allí el novelista se ha obscurecido, ni echará de menos en la estela que allí ha dejado como historiador, aquel relieve que supo dar con pincel de artista y sagacidad de maestro y de confesor en sus lienzos admirables de Pequeñeces representando la España de don Amadeo. Sin negar la confusión natural que en su desarrollo y narración engendran hechos de suyo algo divorciados y complejos, nadie dudará de que, maestro en la viveza descriptiva, ha salvado su autor los encantadores peligros y difíciles primores de la historia llamada con verdad pintoresca...
¿Mas ese lujo adonde bueno va?... ¿A qué vienen aquellos dibujos del natural, al carbón, a lápiz, a pluma, aquella galería de retratos, aquellas miniaturas del Louvre, aquellos caprichos de Goya?...
Fijaos en el contraste que ofrecen el corrompido Versalles, con las pequeñeces de su grandeza y con la turba de filósofos y sabias dengosas, frente por frente de nuestra dama ejemplar, gloria de la nobleza española, y frente a las virtudes claustrales de la insigne carmelita, hija del vicioso Rey, flores las dos que nacieron en mitad del pantano. Considerad el hedor que os causa la pintura exacta de aquellos pérfidos y crapulosos personajes que se codearon con aristócratas españoles, fatuos y libertinos más que incrédulos convencidos, y veréis insensiblemente brotar el anhelo de ser vos cristiano antes que cortesano, patriota antes que vendido al exotismo, y comenzaréis desde luego a discernir lo verdadero de lo falso y aparente, lo bueno de lo malo, la grandeza sólida de la hinchazón liviana...
(Constancio Eguía Ruiz en El P. Luis Coloma y su vocación literaria, Razón y Fe, 1915)



Reseña bibliográfica aparecida en La Época de Madrid el 6 de noviembre de 1895:
Los lectores de LA ÉPOCA conocen, sin duda, los Retratos de antaño del padre Luis Coloma, publicados en estas columnas, á medida que iban apareciendo en El Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús. Entonces era aquella denominación una especie de antetítulo general, especificado por otro epígrafe: La duquesa, de Villahermosa; mas ahora aparece aquél como título único de la obra, modificación acertada, pues el padre Coloma no se limita á ser biógrafo de la piadosa dama, que es por el propósito del autor la figura principal del libro, sino que ha agrupado en torno al suyo muchos otros retratos, poniendo á todos por fondo la pintura general de la sociedad de entonces en varias naciones europeas.
Fortuna ha sido que viniera esta obra después de Pequeñeces, evitando así que quedara reducida á un círculo poco extenso de lectores aficionados á la historia anecdótica ó de personas de buen gusto literario.
Quizá sean los Retratos de antaño, bajo varios aspectos, superiores á la tan celebrada y discutida novela; mas por su índole es probable que no hubieran dado al padre Coloma la excepcional notoriedad que le proporcionó aquélla, cuyo éxito difícilmente podrá ser superado por otra obra alguna de este escritor notable, al cual colocó de un golpe en primera fila, asegurando á sus ulteriores escritos la atención del público.
Podrá discutirse el parecido de los Retratos de Antaño; pero la ejecución es admirable, de verdadero artista. Muestra el padre Coloma poseer en grado eminente las condiciones literarias del historiador, y entre ellas esa fuerza imaginativa que reconstruye con sus formas plásticas lo pasado, y hace revivir en las páginas del libro los personajes y la sociedad que se trata de presentar al lector. Y es esto una prueba más de que el docto jesuita es verdadero novelista, pues en este punto de la forma y la expresión artística, son colindantes el campo de la novela y el de la historia, si es que no se confunden.
Así se explica que sea tan atractiva y amena la lectura de este grueso volumen, cuya acción principal es muy sencilla, aunque aparece envuelta en tal riqueza de accesorios y tanta variedad de escenas y acciones diferentes, que la atención del lector se apartaría de lo que forma el núcleo de la obra y el eje natural de la narración, y á no ser por la habilidad con que el autor desarrolla su relato. En esto se ve también que el padre Coloma posee el sentido artístico de la historia. Es ésta á la manera de un gran paisaje, lleno de variedad, en que el observador puede elegir entre muchos puntos de vista para contemplar, desde aquel qua prefiera, el panorama. Durante mucho tiempo, por una predilección bien natural, se han elegido las cimas y se ha mirado la historia desde el punto de vista de los grandes personajes, directores ó ejecutores de los sucesos de su tiempo. Pero si la altura extendía la perspectiva y facilitaba una visión más clara del conjunto, en cambió la distancia dejaba borrosas las imágenes de la llanura. Y para ver más de cerca lo que había en el llano, el espectador ha descendido de la montaña y ha empezado á hacerse la historia desde el punto de vista de las multitudes, que no excluye el otro, sino le completa. Un estudio biográfico como el que el padre Coloma ha hecho de la duquesa de Villahermosa es un trozo de historia, en que el historiador elige como punto de observación el personaje biografiado.
La época que pinta el padre Coloma al retratar á su heroína, es por demás interesante. Es aquel período de la segunda mitad del siglo XVIII, en que se hallaba tan en boga la filosofía escéptica de los enciclopedistas, y en que lucían los últimos días del antiguo régimen, descuidado y ajeno del fin próximo que le esperaba.
El espectáculo de aquella sociedad tan frívola y tan ciega ante las señales de la catástrofe que se avecinaba, causa una emoción parecida á la que produce ver á un hombre paseándose tranquilamente al borde de un precipicio. Y el fondo del cuadro, por la ligereza é inmoralidad de las costumbres de entonces, es el más propio para que resalte una figura austera y profundamente cristiana, como la de la piadosa duquesa, que al cabo de un siglo ha encontrado tan excelente biógrafo en el padre Coloma. Indudablemente, aquel director espiritual de la duquesa de Villahermosa, aquel Alberto Magno, que queda en una misteriosa penumbra en este libro, pero cuya influencia se ve unas veces y se adivina otras, debió de ser hombre discreto y gran conocedor del mundo: un padre Coloma del siglo XVIII. Sus consejos debieron de ayudar á la duquesa en la tarea, no, siempre llana y fácil, de hacer la vida religiosa á que le impulsaban sus más hondos sentimientos, sin chocar de frente con las preocupaciones de la sociedad de su tiempo, sin desatender los deberes sociales que su alta posición le creaba y sin que su piedad tomase en momento alguno apariencias de gazmoñería.
Aquellas Cortes de Francia, España ó Inglaterra que pinta el P. Coloma, abundaban en modelos propios para figurar en una galería de retratos como ésta. Y detallados unos minuciosamente, esbozados otros tan solo con cuatro rasgos vigorosos, aparecen en ella el viejo Luis XV en sus postrimerías, que eran las de la secular Monarquía francesa; Choiseul, Brienne, Carlos III y Carlos IV, María Antonieta, Walpole, María Luisa, Aranda, el marqués de Mora y la apretada falange de los filósofos, destacándose de entra ellos D'Alembert, Mlle. Lespinasse, Mad. Geoffrin y otros que alguna relación tuvieron con la familia de Villahermosa. La alta posición de los duques, sus viajes por Europa y su residencia en varias Cortes extranjeras, pusiéronlos en comunicación más ó menos inmediata con muchos personajes notables de su tiempo, circunstancia que permite al narrador dar variedad y atractivo a su relato, y que le lleva, sin apartarle de su principal asunto, á pintar lo que eran las clases elevadas al final del siglo XVIII, la vida aristocrática y cortesana de entonce, las costumbres y las ideas reinantes.
Al temperamento crítico y satírico que ya mostró el autor en Pequeñeces, hace que los mejores quizá de estos retratos sean aquéllos en que el original resulta poco favorecido. Verdad es que muchos de los modelos pertenecían de derecho a Juvenal más que a Homero, y que con frecuencia resulta bien empleada la severidad del padre Coloma. Mas, con todo, el valor de los Retratos, como obra literaria, me parece que sobrepuja á su valor como obra histórica. Se ha dicho modernamente que el arte es la Naturaleza; vista al través de un temperamento. Del libro del padre Coloma podría tal vez decirse que es la historia vista al través de una opinión.
Mas así, al través de una opinión, han visto la mayor parte de los cultivadores de los varios géneros históricos, los hombres, los sucesos y los fenómenos sociales que fueron objeto de su atención. La posición absolutamente imparcial del juicio, es casi imposible. Un hombre no es como una balanza, que señala los pesos sin pasión ni simpatía. Y quizás el historiador ideal, encarnación de una inflexible justicia distributiva, no podría ser el historiador artista. El arte hay que sentirlo, y el sentimiento, al sacarnos de la indiferencia, nos acerca á la parcialidad.

E. GÓMEZ DE BAQUERO.